Tractatus

Id: 309  Cat: Logos  Date: 2019-10-07 00:00:00


Ludwig Wittgenstein


Tractatus logico-philosophicus


Título original: Tractatus logico-philosophicus
Ludwig Wittgenstein, 1921
Traducción: Jacobo Muñoz & Isidoro Reguera


Introducción


Que la historia editorial del Tractatus logico-philosophicus —título latino de resonancias spinozianas sugerido, a lo que parece, con ocasión de la primera edición inglesa de la Abhandlung wittgensteiniana, por G. E. Moore— muestra muchas más grietas y accidentes que la desde un principio elevada autoconsciencia de su autor, es cosa hoy ya más que suficientemente conocida. La progresiva edición de las cartas de Wittgenstein, hasta un límite documental perfectamente satisfactorio,[1] y la minuciosa reconstrucción de la génesis del Tractatus publicada por G. H. von Wright a finales de los sesenta,[2] junto con otros testimonios posibles, hablan largamente a favor de esa evidencia.

La consciencia wittgensteiniana del valor de su obra y de las dificultades que, a un tiempo, iba a procurar su comprensión, fue, en efecto, siempre muy alta. Parece obligado citar en este contexto el conocido paso del Prólogo: «La verdad de los pensamientos aquí comunicados me parece intocable y definitiva…». Pero ahí está también lo que manifestaba a su amigo Russell desde el campo de internamiento de Monte Cassino al anunciarle la existencia y finalización, en agosto de 1918, de un libro en el que venían a culminar largos años de trabajos preparatorios:[3]


He escrito un libro titulado Logisch-Philosophische Abhandlung, que contiene todo mi trabajo de los últimos seis años. Creo que he solucionado definitivamente nuestros problemas. Puede que esto suene arrogante, pero me resulta imposible no creerlo… De hecho, no lo entenderás sin una explicación previa, ya que está escrito en forma de observaciones harto cortas. (Esto significa, por supuesto, que nadie lo comprenderá; a pesar de que creo que todo él es claro como el cristal. Echa por tierra, sin embargo, toda nuestra teoría de la verdad, de las clases, de los números y todo el resto.) Lo publicaré tan pronto como regrese a casa.[4]

Y ahí está también, velis nolis, la curiosa imagen del Wittgenstein subteniente, con su manuscrito en el frente, en la mochila de campaña,[5] o paseándolo consigo por el campo de Monte Cassino.[6] Habla entonces de él como de «la obra de mi vida» y no duda en subrayar, como hemos visto, su valor culminatorio de largos años de trabajo. «¡Resulta amargo —escribe a Russell en junio de 1919— tener que arrastrar en el cautiverio la obra terminada y ver cómo el absurdo reina ahí fuera!»[7]

Las circunstancias externas de la composición del libro, ultimado materialmente en el frente, pueden, ciertamente, ayudar a comprender la en ocasiones subrayada premura de su estilo y la estilización formal, hasta extremos paradigmáticos, de su contenido. De todos modos, en mayo de 1915, entregado desde hacía meses a las tareas bélicas, Wittgenstein advertía ya a Russell de un cambio en sus maneras intelectuales, de por sí lacónicas y graves, como demuestran los escritos anteriores a esta época: «Los problemas se vuelven cada vez más lapidarios y generales…».[8] Su propia explicación del asunto iba, por lo demás, en una dirección bien concreta: «Sabes qué difícil me resulta escribir sobre lógica. Esta es la razón de que mi libro sea tan corto y, consecuentemente, tan oscuro. Pero no puedo hacer nada por evitarlo».[9] Lo único que hizo en este sentido fue señalizarlo con una peculiar notación decimal que, por estos motivos, llegó a considerar imprescindible.[10]

Con el tiempo, sus temores a la poca comprensión que encontraría su obra, por su condición excepcional o por esta (obligada) oscuridad, hija de la intensidad y el laconismo, irían extendiéndose, como es sabido, a su entera actividad intelectual, hablada o escrita. A propósito del Tractatus eran, desde luego, absolutos: «¡Es… amargo pensar que nadie lo entenderá aunque se publique!».[11] Nadie: ni siquiera su amigo Russell, con quien tanto discutió de estos temas y del que, sin duda, aprendió.[12] Tampoco Frege, ciertamente.[13] No digamos, pues, ya los académicos al uso: «Presentar un trabajo filosófico a un catedrático de filosofía es como echar margaritas…».[14]

Los primeros en no comprenderle fueron, en cualquier caso, los editores. Wittgenstein ofreció primero su obra, a finales del verano de 1918, a la editorial vienesa Jahoda & Siegel. Ante el nulo éxito de esta iniciativa —en la que algún papel jugaron también Karl Krausy Adolf Loos—, Wittgenstein, definitivamente licenciado ya del Ejército el 26 de agosto de 1919, se dirigió, una vez en Viena, a Wilhelm Braumüller, el editor de su admirado Otto Weininger. Para razonar su solicitud de edición del Tractatus pidió a Russell un informe técnico, que éste no dudó en enviar rápidamente a Braumüller, sin conseguirse, de todos modos, con ello otra cosa que una contrapropuesta de edición de la obra con todos los gastos a cuenta del propio Wittgenstein. No optando por esta solución —«Escribirlo ha sido asunto mío; asunto del mundo es ahora aceptarlo por la vía usual»—,[15] Wittgenstein pasó a proponer su publicación a Ludwig von Ficker, el editor de Der Brenner. Tampoco esta vez tuvo éxito.

Durante su encuentro con Russell en Holanda entre el 13 y el 20 de diciembre de 1919, en el que discutieron «línea a línea» el manuscrito del Tractatus, y ante la manifiesta imposibilidad de encontrar editor para él en Austria o Alemania, lo que causaba singular perturbación a Wittgenstein,[16] Russell hizo saber a éste su interés por traducirlo él mismo al inglés, anteponiéndole una introducción propia. Wittgenstein, que acababa de fracasar una vez más en este sentido con Frege,[17] vio abrirse así una posibilidad nueva. Y no sólo de cara al mundo editorial inglés. Siguiendo una sugerencia de su amigo Engelmann procedió, en efecto, a ofrecer la publicación del libro, con la prometida introducción de Russell, a la prestigiosa editorial Reclam de Leipzig.

Entre las razones de la debatida introducción de Russell juegan, pues, un papel no menor las de orden editorial. No otra cosa se desprende, cuanto menos, de la siguiente carta a su frustrado editor von Ficker, fechada el 28 de diciembre de 1919:


Anteayer regresé de Holanda, donde me reuní con el profesor Russell con el fin de comentar mi libro con él. En el caso de que no pueda editarlo en Austria o en Alemania, Russell hará que me lo editen en Inglaterra. (Se propone traducirlo.) La cosa está, pues, planteada en los siguientes términos: Russell quiere escribir una introducción a mi tratado y yo me he declarado de acuerdo. Esta introducción ocupará casi la mitad del espacio que alcanza el propio tratado y explicará sus puntos más oscuros. Con ella el libro constituirá un riesgo mucho menor para cualquier editor, o no será riesgo alguno, dado que el nombre de Russell es muy conocido y, en consecuencia, asegura a mi tratado cierto número de lectores.[18]

Wittgenstein esperó impacientemente la introducción de Russell, como se desprende de sus reclamaciones en cartas del 19 de enero y 19 de marzo de 1920.[19] La introducción llegó por fin y el 9 de abril Wittgenstein acusaba recibo a Russell en términos de moderada disconformidad, pero sin introducir cambios en sus planes editoriales:


Muchas gracias por tu manuscrito. Hay muchas cosas en él con las que no estoy totalmente de acuerdo, tanto cuando me criticas como cuando tratas sencillamente de dilucidar mi punto de vista. Pero esto no importa. El futuro nos juzgará, o quizá no; y si permanece en silencio, esto también será un juicio. —La introducción está en curso de traducción y luego irá al editor junto con el tratado. ¡Espero que los acepte!.[20]

El 5 de mayo de ese mismo año la disconformidad asumía ya, en cambio, proporciones en absoluto irrelevantes para el destino final del proyecto:


Ahora te enfadarás conmigo cuando te cuente algo: no se va a imprimir tu introducción y, en consecuencia, probablemente tampoco se imprima mi libro. Cuando tuve ante mí la traducción alemana de la introducción, no pude decidirme a dejar que la imprimieran junto con mi obra. Todo el refinamiento de tu estilo inglés se perdió, obviamente, en la traducción, y no quedó más que superficialidad e incomprensión . Envié el tratado con tu introducción a Reclam y le escribí diciéndole que no quería que se imprimiese la introducción , sino que ella sólo debía servir para que se formara un juicio sobre mi obra. Como resultado de esto, es sumamente probable que Reclam no acepte mi obra (aunque todavía no he recibido respuesta alguna de él).[21]

Reclam rechazó, efectivamente, el Tractatus, y Wittgenstein decidió desinteresarse totalmente de su publicación. Así, el 8 de julio de 1920 Wittgenstein, que había decidido trabajar como ayudante de jardinero durante todo aquel verano en un convento próximo a Viena, escribía de nuevo a Russell:


Reclam no ha aceptado mi libro y renuncio a hacer más gestiones para verlo impreso. Ahora bien, si tienes algún interés en que lo editen, está totalmente a tu disposición : puedes hacer con él lo que quieras.[22]

Russell no dudó, ciertamente, en aceptar el singular encargo. Ofreció inicialmente el Tractatus, a través de Miss Wrinch, a Cambridge University Press, que lo rechazó el 14 de enero de 1921. La editorial Kegan Paul se mostró, en cambio, dispuesta a publicarlo. Y bajo su sello salió, en efecto, en 1922, en edición bilingüe y con la introducción de Russell. De la versión inglesa se ocupó C. K. Ogden, ayudado por F. P. Ramsey. Wittgenstein no se sintió tampoco excesivamente satisfecho con la versión de Ogden,[23] que fue sustituida (en la edición del Tractatus de Routledge and Kegan Paul del año 1961) por una nueva —y, sin duda, superior— versión de D. F. Pearsy B. F. McGuinness.

Pero Russell no limitó sus actuaciones al mundo editorial inglés. De él partió también, en efecto, la iniciativa de proponer a Wilhelm Ostwald, editor de los Annalen der Naturphilosophie, la publicación del Tractatus, en la versión original alemana, en su revista. Ostwald aceptó el proyecto y el texto wittgensteiniano vio la luz, junto con la traducción alemana de la introducción de Russell, en el cuaderno 14 de los Annalen, en 1921. Sólo que, aun habiendo manifestado en noviembre de ese mismo año a Russell su moderada complacencia —a pesar de las reservas que le inspiraba Ostwald— ante la idea de ver impreso el Tractatus en los Annalen,[24] una vez ante la edición Wittgenstein, a la sazón entregado a su oficio de maestro de primera enseñanza en Trattenbach, no dudó en considerarla como «pirata».[25]

2

Pero ¿de qué trata esta obra cuya incomprensión temía Wittgenstein tanto y en la que no dudaba en percibir un sistema (no sólo ya un tratado) lógico-filosófico prácticamente definitivo?.[26] Todavía un cuarto de siglo más tarde, en su llamada segunda época, seguía considerándola como la única alternativa global posible a su nuevo filosofar[27] y, desde luego, el trasfondo ineludible para toda posible comprensión del mismo[28]… Recordemos, por nuestra parte, las palabras del prólogo:


Cabría acaso resumir el sentido entero del libro en las palabras: lo que siquiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callar. El libro quiere, pues, trazar un límite al pensar o, más bien, no al pensar, sino a la expresión de los pensamientos… el límite sólo podrá ser trazado en el lenguaje, y lo que reside más allá del límite será simplemente absurdo.

En este mismo sentido, y desde una perspectiva complementaria, ya en abril de 1917, en plena elaboración del Tractatus, daba cuerpo expresivo, en carta a su amigo Paul Engelmann, a esta creencia suya fundamental:


Nada se pierde por no esforzarse en expresar lo inexpresable. ¡Lo inexpresable, más bien, está contenido —inexpresablemente— en lo expresado![29]

En agosto de 1919 escribe, por otra parte, a Russell sobre el contenido de lo que entonces era «su manuscrito»:


Me temo que no has comprendido mi aseveración fundamental, respecto a la cual todo el asunto de las proposiciones lógicas es mero corolario. El punto fundamental es la teoría de lo que puede ser expresado (gesagt) mediante proposiciones —esto es, mediante el lenguaje— (y, lo que es lo mismo, lo que puede ser pensado) y lo que no puede ser expresado mediante proposiciones, sino sólo mostrado (gezeigt); creo que esto es el problema cardinal de la filosofía.[30]

Las cosas están claras, pues, desde el punto de vista del autor. Con mayor aceramiento abunda en ello en carta algo posterior a von Ficker, en pleno proceso de negociación de una eventual publicación de su obra en DerBrenner:


Y quizá le sirva de ayuda que le escriba unas cuantas palabras sobre mi libro: Creo firmemente que no sacará U d . demasiado de su lectura. Pues no lo comprenderá ; la materia le resultará completamente extraña. En realidad no le es extraña, porque el sentido del libro es ético . Quise en tiempos poner en el prólogo una frase que no aparece de hecho en él, pero que se la escribo a Ud. ahora, porque quizá le sirva de clave: Quise escribir, en efecto, que mi obra se compone de dos partes: de la que aquí aparece, y de todo aquello que no he escrito. Y precisamente esta segunda parte es la importante. Mi libro, en efecto, delimita por dentro lo ético, por así decirlo; y estoy convencido de que, estrictamente, SOLO puede delimitarse así. Creo, en una palabra, que todo aquello sobre lo que muchos hoy parlotean lo he puesto en evidencia yo en mi libro guardando silencio sobre ello. Y por eso, si no me equivoco, el libro dirá mucho de lo que Ud. mismo quiere decir, pero quizá Ud. no vea que está dicho en él. Le aconsejaría ahora leer el prólogo y el final, puesto que son ellos los que expresan con mayor inmediatez el sentido.[31]

De creer, pues, a Wittgenstein, la cuestión de lo decible y lo indecible —o de lo decible y lo mostrable— y su delimitación precisa sería la inquietud fundamental de donde surgió el Tractatus. Y esto es, de hecho, el punto capital del análisis que el libro hace de la lógica de nuestro lenguaje, de cuya mala comprensión —y sólo de ella— surgen todos los problemas filosóficos, meramente lingüísticos siempre, que en un lenguaje analizado desaparecerían por sí mismos (4.003). De lo que se puede hablar se puede hablar claramente, y de lo que no se puede hablar hay que callar dejando plena autonomía a la muda expresividad del silencio —o a la del propio lenguaje en su nivel mostrativo—. En ambos casos no se plantea ya cuestión filosófica alguna, simplemente porque las cosas están claras. Y eso es todo lo que se pretende: clarificar el lenguaje y/o el pensamiento mediante la dilucidación y delimitación de lo decible/indecible en vistas a la (di)solución de los problemas filosóficos. Las mismas citas anteriores manifiestan, sin embargo, que este propósito delimitador ofrece dos perspectivas diferentes, dependiendo de si lo mostrable —o lo indecible— se muestra hablando —de otra cosa— o se muestra en silencio. El Tractatus posibilita ambos puntos de vista, pero es cuestión oscura si de hecho están presentes en él.[32]

Sin introducirnos en cuestiones disputadas —que no parece el objeto oportuno de estas simples notas—, de creer a Wittgenstein, nuevamente, la inquietud teórica fundamental de la que surge el Tractatus es la de deslindar en el lenguaje —y sólo en él— aquello de lo que se puede hablar de aquello de lo que no se puede hablar (prólogo citado). Y ello supone, en principio, la doble perspectiva delimita4ora a que nos referimos, aunque el análisis lógico del lenguaje se restrinja, como es natural, a una sola de sus vías: el ámbito único donde es posible. Así pues, dentro del lenguaje, e intrínseco a él, el análisis distingue entre proposición (con sentido) y proposición lógica (tautológica), o entre decir y mostrar en general: así el lenguaje (la lógica, el mundo) desarrolla su ámbito (el de la ciencia) y se circunscribe en sus límites de sentido (los de la ciencia). Y dentro del lenguaje también, pero hacia fuera, el análisis desplegado señala el límite entre el lenguaje mismo (la lógica, el mundo, la ciencia) y el silencio (lo místico): los límites —por fuera— del lenguaje son los límites —por dentro— del silencio. Aclarar, analizar esto, es la tarea filosófica: a ello se reduce, y en ello acaba, la filosofía (4.11 —4.12). Lo primero tiene que ver directamente con las cavilaciones lógicas de Wittgenstein en torno a la proposición (corpus central y originario del Tractatus) y se justifica, pues, metodológicamente por sí mismo. Lo segundo representa derivaciones (místicas) del análisis lógico, sin duda lógicas también en principio, aunque de facto fueran imponiéndose al espíritu de Wittgenstein no sólo por desasosiegos estrictamente lógicos. Detengámonos un instante en ello.

A la muerte de Wittgenstein, Russell escribe en el Obituary de la revista Mind:


En la época anterior a 1914 se ocupaba casi exclusivamente de lógica. Durante la primera guerra, o quizá inmediatamente antes, cambió su perspectiva y se convirtió más o menos en un místico , como puede apreciarse aquí y allí en el Tractatus.[33]

Y esa misma impresión, pero más fuerte, había sacado en 1919, después de toda una semana de discusiones con él sobre el Tractatus. Aún desde La Haya, donde había tenido lugar el encuentro como hemos visto, Russell escribe a Lady Ottoline Morrell:


Ya había notado yo en su libro cierto asomo de misticismo pero me quedé asombrado al comprobar que se había convertido por completo en un místico.[34]

Se debiera realmente, o no, este cambio a la lectura de los comentarios de Tolstoi al Evangelio,[35] o a otras más generales de Kierkegaard, Silesius, James, como dice Russell en esa misma carta, lo cierto es que en la esquemática evocación de lo místico en el Tractatus (y en los Tagebücher de 1914-1916),[36] la consideración que Wittgenstein hace de ello resulta ya lógicamente coherente, y hasta necesaria, dentro del sistema pergeñado en el libro.

3

Una vez que hemos recordado ya esta autoconsciencia de Wittgenstein respecto al carácter, pretensiones e inspiración del Tractatus, intentemos describir las grandes líneas de contenido del libro. Lo haremos de dos modos: genealógica y discursivamente, esto es, desde la génesis de su problemática en la experiencia intelectual concreta de Wittgenstein, y desde la línea discursiva que de hecho presentan las páginas de la obra. En ambos casos no buscaremos exhaustividad sino concisión suma.

A

Genealógicamente, las cosas se presentan así:

1) El componente nuclear y originario es el análisis de la proposición o del lenguaje (3-6) y la aplicación de sus resultados al análisis, a su vez, de los lenguajes científicos: lógico, matemático, científico-natural (6.1-6.4), con un intermedio en el que expresa su idea de la función de la filosofía dentro de este sistema (4.11-4.12), idea que especificará metodológicamente al final del libro (6.53).

2) El análisis lógico que ha hecho del lenguaje (proposición), de su ámbito de sentido (ciencia) y de la propia actividad crítico-lingüística o lógico-analítica (filosofía) aboca ahora a una consideración del polo metafísico u ontológico del lenguaje: el mundo. Se trata, entonces, de analizar —lógicamente también— el mundo (1 —2.1) y el intermediario epistemológico entre lenguaje y mundo: la figura (2.1-3), con un inciso —epistemológico también— sobre el pensamiento (3-3.1), que irá recogiendo después en momentos claves del análisis proposicional (3.2, 3.5, 4), así como dentro de su perspectiva general sobre la actividad filosófica (4.1121).

Tenemos, pues, hasta ahora un componente lógico y otro metafísico-epistemológico, junto con una caracterización general del quehacer filosófico. Con ello Wittgenstein hubiera cumplido ya su vieja idea de la filosofía:


La filosofía… se compone de lógica y metafísica; la primera es la base. La epistemología es la filosofía de la psicología… La filosofía es la doctrina de la forma lógica de las proposiciones científicas.[37]

Pero, bien se achaque a preocupaciones del autor impuestas por circunstancias vitales, o a una derivación obvia —y metodológicamente necesaria— de su sistema analítico, lo cierto es que en el Tractatus aparece otro componente esencial.

3) El análisis del lenguaje y del mundo, en efecto, la lógica y la metafísica, llevan a Wittgenstein a evocar lo que está más allá —siendo limítrofe— de ambos: lo místico; sin tematizarlo, naturalmente, refiriéndose a ello sólo como posibilidad frustrada de un lenguaje inanalizado (absurdo metafísico tradicional) o como manifiesta imposibilidad —metodológicamente deducible— del análisis lógico del lenguaje (y del mundo). Éste ha de servir, en definitiva, tanto o más que hasta ahora ha valido para desbrozar y abrir el ámbito científico, para salvaguardar y sellar (en los límites) la frontera inviolable de lo místico.

Así pues, Wittgenstein desarrolló un análisis lógico, desde el lenguaje, que aplica primero a éste y luego al mundo y a la mediación entre ellos. Una vez cerrado así su círculo, el análisis (el analista) toma conciencia de sus límites: esa consciencia de encierro es lo místico. Un componente lógico de base y dos lógicamente derivados (el metafísico-epistemológico y el místico), y en este orden genealógico, constituyen el Tractatus. Sus momentos teóricos cúlmenes, más tensos, suceden siempre al colocarse en el límite; las proposiciones que los expresan[38] emergen como hitos, testigos, del tortuoso, oculto, camino/caminar del libro.

B

Si describimos éste ahora discursivamente, esto es, siguiendo/persiguiendo sin más su difícil, pero efectiva, andadura o decurso, las cosas se presentan así:

1) METAFÍSICA ATOMISTA Y DESCRIPTIVA DEL MUNDO (1-2.1).


1. El mundo es todo lo que es el caso.

2. Lo que es el caso, el hecho, es el darse efectivo de estados de cosas.

 

En primer lugar, en vistas al posterior análisis del lenguaje, Wittgenstein organiza el polo o supuesto metafísico de toda figuración, representación o descripción lingüística: el mundo. El mundo es la totalidad de los hechos y puede descomponerse en cada uno de ellos (como el lenguaje en proposiciones) para su análisis. Los hechos son estados de cosas existentes, y los estados de cosas, conexiones o combinaciones, sin más, de cosas u objetos. En el lenguaje a los estados de cosas corresponden las proposiciones (y esto funda el sentido de éstas), y a las cosas los nombres (y esto funda el significado de éstos); la misma lógica de conexión preside a unos y a otros; de modo que así se funda toda relación figurativa, representativa o descriptiva entre lenguaje y mundo (4.0311). Esa correspondencia básica es algo meramente supuesto (6.124); no hay más justificación de ella, quizá, que la vieja armonía racionalista que preside Dios mismo (5.123), o que el sano sentido común que nos advierte que si el lenguaje no habla del mundo, ¿de qué va a hablar? (5.5521, 5.5542),[39] o que esa creencia radical inveterada en nuestra historia desde Parménides de que «algo lógico no puede ser sólo posible» (!) (2.0121). En convicciones como éstas, al parecer, se basa todo el sistema del Tractatus. (Todo sistema se basa en una serie de creencias, lo elocuente es saber cuáles y saberlo, a ser posible, desde el principio: en este sentido lo apuntamos aquí. El segundo Wittgenstein no admitirá siquiera —porque carece de sentido y de objeto— la cuestión del fundamento: todo son juegos de lenguaje. Ahora supone simplemente, y sobre supuestos levanta su constructo lógico: el objeto de la lógica es cualquier posibilidad, para la lógica los hechos son todas las posibilidades (2.0121); y la lógica, como decíamos, es la base de la filosofía, esto es, el fundamento de todo lenguaje y mundo analizados.)

2) EPISTEMOLOGÍA: teoría de la figura (2.1-3) y del pensamiento (3-3.1).


2.1. Nos hacemos figuras de los hechos.

3. La figura lógica de los hechos es el pensamiento.

 

Una vez descrito ontológicamente el mundo desde el análisis lógico se plantean las condiciones de posibilidad de su captación mental (y expresión lingüística). Esas condiciones —epistemológicas normalmente— remiten en el Tractatus a un hecho puramente lógico: el de la figuración. El mundo es figurado por el pensamiento (y el lenguaje); dicho con toda radicalidad: pensar (hablar) es figurar. Y figurar es representar en el espacio lógico los hechos del mundo (2.11);[40] y una figura: un modelo o patrón lógico de lo real (2.12), esto es, un modelo o patrón de posibilidad de mundo, una representación de un estado de cosas posible, cuya posibilidad ella misma (el pensamiento o el lenguaje) contiene (2.201-2.203). Todo el figurar estriba en que entre la figura y lo figurado, esto es, entre el pensamiento (lenguaje) y el mundo, hay algo en común, algo idéntico, que posibilite la figuración: buscarlo es la única tarea del análisis lógico y del Tractatus mismo. Eso idéntico o común no remite para nada a los intermediarios epistemológicos tradicionales (siempre metafísicos o psicologistas, o con ciertos resabios de ello, en último término): se trata de una forma lógica, que es forma de la figuración y forma de la realidad a la vez (2.17,2.18 y 2.2). Trátase, en efecto, de esa conformación o estructura[41] lógica atomista que se ha encontrado ya en el análisis lógico-metafísico llevado a cabo en el mundo y que habrá de buscarse a continuación en el lenguaje; así es: el largo estudio subsecuente de la proposición (3.1 —6.1) viene dominado por la idea de que la función primordial del lenguaje es figurar el mundo, aunque a primera vista no lo parezca; porque se trata, insistimos, de una figuración lógica (al estilo de la proyección matemática punto a punto: objetos de la realidad — elementos de la figura), no naturalista, y para comprenderla habrá que desvelar por el análisis (como se hizo con el mundo) la auténtica estructura lógica del lenguaje (la forma general de la proposición, posibilidad suya), encubierta por su forma cotidiana; y no extrañará, pues, que, una vez descubierta, se nos presente como esencia del lenguaje y esencia del mundo a la vez (5.4711).

¿Y el pensamiento? El pensamiento supone un paso intermedio entre mundo y lenguaje, difícil de analizar por la precariedad de su carácter de objeto y los riesgos de psicologismo que ello conlleva (5.54-5.55, 5.631, 4.1121), pero cuya existencia hay que presumir con la tradición. El pensamiento es la figura lógica de los hechos (3) más radical, no implicada aún supuestamente en los inevitables disfraces del lenguaje (4.002), sino intermediario figurativo esencial entre una realidad pensada («tal como nosotros la imaginamos», 4.01) y unos signos lingüísticos pensados (3.5), asimismo, que hace de éstos un modelo o una figura de aquélla. Pero esa supuesta objetualidad mediadora es inaprehensible al análisis —frente a los esfuerzos en este sentido de toda la tradición anterior—, a no ser en el lenguaje como manifestación senso-perceptiva suya (3.1). La cuestión epistemológica, la cuestión metafísica, en definitiva, deriva en la cuestión lingüística.[42] El pensamiento, así, sólo es definible en términos de lenguaje, como proposición con sentido (4) o como signo preposicional usado (3.5). La teoría del conocimiento se hace análisis del lenguaje.[43] Con ello la contemporaneidad dará un paso más allá de Kant y de toda la epistemología moderna, sobre las bases iniciadas en el empirismo inglés.

3) LÓGIC